GUARDIA INDÍGENA: LA VOZ DE LA RESISTENCIA EN EL CAUCA




Escrito por: Zulma Rodríguez

zulma.rodriguez@fucaicolombia.org


¿Cómo lograr encontrar los ojos que no se conocen? ¿Cómo estrechar la mano del que no se ha presentado? ¿Cómo recorrer los pasos de hombres y mujeres que han escrito la historia del Cauca con su lucha, pero cuyos nombres no han sido pronunciados? Tratar de llenar con un cuerpo, un vestido que es familiar y que ha tapizado como un río de colores verde y rojo kilómetros de pavimento con la minga indígena, llevando en su cauce las notas de un himno que evoca el recuerdo de la lucha de un pasado conjugado en presente, y que se escucha con fuerza por encima del sonido de las balas, parece ser un encargo que requiere la habilidad de un maestro de música, tratando de alinear las notas de una sinfonía que no se ha escrito. 

La bienvenida al Norte del Cauca, la da una bandera lechosa, que con su imponente ondular, intenta ocultar las acrónimas letras que aparecen en el camino y que anuncian calladamente, que el Cauca sigue en un constante combate parar intentar frenar las masacres y los reclutamientos que obligan a la madre tierra a recibir en su útero, a  hombres, mujeres y niños que a la fuerza, continúan tiñendo de rojo la bandera, y lograr que ella acoja tan solo las semillas fértiles de vida y fecunde con generosidad y abundancia la tierra de sus dueños ancestrales.  

Tal vez la multitud que se reunía bajo los frondosos brazos de los samanes que reposan en la finca “La Emperatriz” ubicada en Caloto, podría contener a ese pueblo que representa un movimiento indígena que está al cuidado y protección de la madre tierra y que es capaz de convocar a miles con la firmeza de su voz y enfrentar actores armados, sin más instrumento que  la fuerza de su mirada. 

Las voces que se oían y llegaban con el cálido viento que recorre el valle en las mañanas, traían la historia de dolor y resistencia que se había gestado en esta finca hace 33 años, donde el odio y el racismo habían engendrado una estirpe exterminadora, con el único propósito de aniquilar todo vestigio de resistencia indígena y poder colonizar sin impedimentos, un territorio ajeno, parándose sobre su dignidad y obligándolo a incubar la semilla que portaba el amo conquistador. 

Pero como un presagio, esas letras que les recordaban a los indígenas  el título real del soberano invasor, toreaban su espíritu ancestral y los hacía tomar fuerza para entrar y reclamar lo que era suyo, sembrando banderas de  abundancia que florecían convertidas, en maíz , plátano, y fríjol y que luego morían bajo el fuego y  los gases de las fuerzas que protegían a los colonizadores. 

Ver los vestigios de la contienda en los rostros de los férreos combatientes, da cuenta de los días siniestros que pasaron en el calendario y que hasta hoy, continúan marcando el destino de este pueblo enclavado en las montañas del Cauca. 

La mejor manera de encontrar al que se busca, es hacer las preguntas precisas y tratar de ponerle rostro y nombre a aquel  que encarna el movimiento que parió la Gaitana en 1492, que se arraigó bajo los pies de Juan Tama en 1700, que defendió Quintín Lame mientras araba las montañas, recorría los caminos y perdía la vista en el brumoso horizonte, y que abanderó Álvaro Ulcué Chocué con varios indígenas en los años 70´s desde su púlpito territorial, predicando la necesidad que tenían los pueblos de organizarse, educarse y defender su  territorio. O tal vez el rostro de Cristóbal Secue, defensor del derecho propio o de Aldemar Pinzón  coordinador jurídico asesinado junto con su niña de 8 meses o Edwin Dagua Ipia Gobernador del Cabildo de Huellas que revestidos de dignidad, recorrieron el camino del martirio junto con miles de comuneros.

Las respuestas de los indígenas Nasa sobre las cualidades que debía buscar en aquel hombre o mujer guardia, eran  como las pistas que se dejan para la búsqueda de un tesoro; sólo debía afinar los sentidos y buscar el cuerpo que cazaba a la perfección con la descripción que tenía: Un guardia indígena era capaz de contener en su cabeza el territorio, de tejer con él su historia, sus raíces, sus ancestros; dentro de su corazón debía abrazar a la madre tierra y enamorarse como un niño de su madre y así lograr defenderla, para luego liberarla con un espíritu inquebrantable; el guardia indígena era aquel que tuviera un estómago abundante, portador de semillas que crecen y dan frutos de soberanía; el guardia indígena que buscaba debía ser ágil y tener unas piernas y unos brazos capaces de caminar, de movilizarse, de construir, pero sobre todo, de mandar obedeciendo. 

Finalmente entre la multitud surgió un rostro con un nombre, una cabeza, un corazón, un estómago, unas piernas y manos que encajaban con la descripción y que me miraban a través de la ventana de la historia. Cuándo por fin y frente a este hombre que sobrepasaba mi estatura y que empuñaba imponente su bastón de Guardia Indígena logré preguntarle si era él la persona que estaba buscando, noté cómo se armó rápidamente una respuesta en su boca y con la serenidad que lo acompaña en los momentos de calma me respondió:  

El Guardia es el CRIC es la ONIC y a más profundidad es la madre tierra, que se compone de todo eso. Cuando hablamos de que tienen corazón-espíritu, que tienen cabeza- pensamiento, que tienen estómago-semilla, que tienen pies-movilización, son los guardias que caminan el territorio, pero a la vez entienden porque caminan ese territorio. ¿Para qué? Para mantener y permanecer en la madre tierra, para que la organización se sostenga. Unos seremos manos, otros seremos pies, otros seremos estómago y entre todos, porque somos colectivos, hacemos el guardia de la vida, el guardián de la historia, el guardián de los pensamientos, el guardián de lo que es el movimiento indígena, es un tejido somos todos”

Lucho Acosta es conocido por ser el coordinador general de la Guardia Indígena en Colombia, pero es tan solo una pequeña pieza de esta unidad territorial. Aunque su nombre es reconocido y ha sido pronunciado por indígenas, campesinos, presidentes, ministros, hacendados, amigos y enemigos del movimiento del que forma parte, no lucha solo ni camina solo. En su pensamiento contiene también el pensamiento de los 120 mil guardias que están presentes en Colombia y que cargan el legado de sus ancestros, al igual que lo hace este hombre, quien es hijo de una gran líderesa indígena Nasa, Ana Tulia Zapata. Ella, junto a su esposo, Moisés Acosta, participó activamente en la conformación del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) en los años 70. 

Hoy los guardias indígenas  se cuentan por miles y tienen presencia en 29 departamentos  con territorios indígenas con el único propósito de cuidar la vida y cuidar los territorios, sin ninguna arma más allá de un bastón que levantan con orgullo y sin temor. Su fuerza radica en la unión y en la construcción de tejidos capaces de formar redes sólidas que permiten que  piensen, actúen, se movilicen y sean un solo cuerpo como lo expresa Hector Fabio Casamachín, uno de los guardias que encuentro en este recorrido y que detiene su paso presuroso, para explicar la importancia de la formación comunitaria “La Fuerza de nosotros lo hace la unidad, porque yo solo no soy nadie, aquí lo que nos hace fuertes y continuos es esa unidad, esa fuerza que tenemos de trabajar en comunidad de caminar unidos, de siempre andar en grupo y en equipo y creo que eso genera  temor, porque siempre que hacemos una acción andamos y vamos en montonera, ese es el temor que nos sienten. A pesar de que no tenemos otros pensamientos, nosotros siempre hemos dicho que nos dedicamos a defender nuestro territorio, nuestros mandatos en cada uno de los territorios” 

Para seguir defendiendo esa unidad los guardias se han reunido para estructurar con la Universidad Antonio Nariño, la Universidad Católica de Maule en Chile, la Universidad Veracruzana de México y FUCAI,  un proyecto que les permita la profesionalización en el nivel de educación superior  de la guardia indígena y así  lograr consolidar una formación de alto nivel que les permita equilibrar el cuerpo, la mente y el corazón e integrar capacidades que los preparen para afrontar los desafíos globales,  como lo afirma Lucho Acosta “Yo hablo de la profesionalización como una especie de volverse experto, cuando uno se vuelve experto se necesita disciplina, se necesita el orden , y los guardias indígenas tienen la disciplina y el orden y lo más bonito de esta profesionalización es que es una profesionalización colectiva” (…) “ es bueno que un muchacho salga experto en ¿Qué es ser CRIC? En ¿Qué es ser madre tierra? ¿En cómo curar? Profesionalizarlo, es lograr que haya una armonía  entre los que acompañan para que el cuerpo funcione, por eso es importante la profesionalización”. 

Esa necesidad de ser uno cada vez más fuerte es la que impone el presente, el cual no es fácil en medio del conflicto armado y de los actores que los señalan sin conocerlos y quieren ponerles un precio a sus cabezas y sus nombres en una bala. “Yo digo que es una falta de conocimiento y de entender que está atravesado por la guerra. Entonces la  guerra nos puso allá: estos son de media, estos son de segunda , estos son de tercera y estos son de cuarta, estos son del lado de la guerrilla, estos son del lado de la izquierda, la guerra puso eso. Y se nos olvido que somos hijos del planeta, hijos de la tierra; tanto el que vive en el norte de Bogotá, como el que vive en lo más lejano de Toribío”. 

Esa vocación que enarbola un guardia indígena solo tiene una explicación racional en las palabras que deja grabadas Hector antes de irse para atender una reunión de urgencia y que explica que sin importar las condiciones, el guardia indígena siempre pondrá su vida para proteger la vida de los demás “(…) estar completamente enamorado del proceso organizativo de la Guardia, debe ser así, porque si estoy enamorado voy a donde sea y no miro que hay en el camino o que tengo que hacer para llegar allá, en ese espacio nosotros hablamos del enamoramiento de cada uno de nosotros en ese proceso”. 

Al despedirme de esta parte de Colombia, que hoy sigue cosechando balas, los Guardias Indígenas se despiden uniendo sus voces, y sin importar la distancia o las circunstancias, conservan la unidad en la convicción de querer un territorio libre.

"¿Guardia hasta cuándo? Guardia hasta que se apague el sol, porque nosotros no tenemos años, no tenemos horas, solo hasta que Dios permita estar haciendo el acompañamiento".

"Yo creo que hasta siempre, la guardia va a existir porque es una forma de ser, no es un trabajo es una forma de ser, y nosotros vamos a contagiar. Cuando los hermanos de otros pueblos entiendan y de las ciudades entiendan que proteger el agua es una misión, no de la guardia, sino que es una forma de ser para poder permanecer en la humanidad. Entonces, yo pienso que va a haber una guardia de la humanidad". 

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