Crónica de una Guajira Herida
Escrito por: Zulma Rodríguez para La Veeduría ciudadana para la Sentencia T-302 de 2017.
zulma.rodriguez@fucaicolombia.org
El sonido del escobajo mañanero, que retira de las calles la basura que han arrastrado la ventisca nocturna, se ve aniquilado por el motor de las 4x4 que comienzan a habitar las calles, mucho antes de que los acelerados colegiales den inicio a la maratón habitual de la semana.
Desde las gélidas habitaciones, comienzan a salir los espectadores e invitados que son golpeados en el cuerpo por el presagio de la ardiente jornada que les tienes preparada el desierto. El sol aún no sale y el reloj comienza a ser el verdugo que marcará el frenético ritmo de las trochas, que como venas abiertas, descubrirán la agonía de un cuerpo que ha padecido durante años, con una herida abierta por la que se han drenado las almas de cientos de inocentes e indefensos.
El pitazo inicial, se da en un pequeño salón donde el máximo rector de la inspección judicial prepara un llamado a lista, que recuerda la frenética ansia que suponía ser el más puntual en el colegio y estar presente, aunque al final de la jornada, se perdiera el año por fallas.
La gran y serpenteante caravana blanca comienza a anunciar su llegada, cubierta por el polvo que levanta la celeridad de la palabra pactada entre los alijunas y los nativos, que ya denotan cansancio al sentirse bajo la lupa de un gran experimento social, que los ha convertido en una estadística más, sin que se haya logrado un cambio de fondo en su realidad.
Al llegar a las rancherías, los ojos se llenan de rostros, de mantas de colores, de niños, de pobreza, de abandono, de aguas turbias, de cocinas vacías , de casas desvencijadas, de basura, de viejos letreros que anunciaban la presencia del estado con programas que intentaban cumplir, aunque fuera por una vez, la visita de rigor. Pero sobre todo se llenaban de soledad y desesperanza, se llenaban de hombres, mujeres y niños que contaban su sed, su hambre, su aislamiento, sus muertos, sus pesadillas y sus presagios de desaparecer enterrados bajo las aspas del viento y los paneles del sol, que reclaman como suyo el territorio.
Ágilmente las manos que empuñaban los medios para registrar escribían presurosos las quejas, angustias y reclamos que salían con diferentes idiomas, pero que al final concluían a una sola voz el desangre que ha sufrido la región durante tantos soles y lunas y que se evidencia en los pequeños ataúdes que hoy reposan en el silencio de los cementerios.
El abandono también se intentaba llenar con cientos de manos extendías que suplicaban, pero que a veces exigían, el pago para entrar al territorio ancestral y que, sin importar el ardiente sol o el frío de la madrugada, estaban dispuestos a afrontar con valentía el rugir de los motores que amenazaban continuar sin detenerse y que a su paso rompían las cadenas de los improvisados peajes, sin que la esclavitud de la extrema pobreza, se rompiera tan fácilmente como la esperanza.
Una tras otra se sumaban las rancherías desde Riohacha, hasta la zona norte extrema como fotocopia de necesidades y promesas incumplidas, y que sin importar si estuvieran ancladas como un barrio periférico o se encontraran a 5 horas de distancia del centro poblado más cercano, todas parecían foráneas en su propio territorio.
La amenaza de la noche se levantaba bajo las extensas horas de trabajo y con ella llegaba la incertidumbre de recorrer caminos desconocidos, guiado por expertos baquianos que superando las jornadas, conducían a sus equipos al inicio de su próxima jornada. Pero el descanso no llegaba con la noche, ya que las promesas y trabajos pactados por las entidades del estado y las incrédulas comunidades, se plasmaban diariamente en actas de cumplimiento que recordaban diariamente los nuevos compromisos pactados frente al magistrado.
Día a día se sumaban nombres, años, historias, vidas que aportaban al expediente las pruebas de un estado fallido de Sentencias que se entierran unas sobre otras, como los neumáticos que sucumben en los bancos de arena de las inconclusas vías del territorio.
Al final de la semana, lo único evidente era lo que estaba ausente del territorio, las inexistentes vías, los planes de agua incipientes, los modelos de atención intercultural poco eficientes, la escasa alimentación, las brigadas de salud que llegan con las visitas judiciales para intentar tapar la desatención, los centros médicos sin condiciones, las escuelas sin alimentación ni transporte y las órdenes de la Sentencia T-302 de 2017 que en esta semana cumple 6 años desde su publicación y 5 desde su notificación, sin que aún exista un plan de acción que evidencie su cumplimiento.
Nuevamente desde las atiborradas salas de espera que intentan regresar a la “normalidad” a sus visitantes, algunos se van con un reporte nuevo en su millas aéreas y con fotos exóticas del territorio que paso sobre ellos, sin que ellos entendieran su profundidad y complejidad. Otros se van con la sensación de la tarea cumplida y con un reporte de tranquilidad en un territorio que ha normalizado la muerte como el pan de cada día, Sin embargo, algunos con un convencimiento profundo del trabajo urgente que se debe desarrollar para salvar a cientos de niños, se van con los compromisos de dar un impulso a la Sentencia y de aunar los esfuerzos que fueran necesarios para conseguir que el Estado de cosas Inconstitucional abandone de una vez por todas el territorio.
El cronómetro vuelve a comenzar su conteo a la espera de que un nuevo pronunciamiento judicial sea el paliativo necesario para que esta bomba de tiempo, en la que se ha convertido el territorio, no estalle en una inevitable bomba social que ha encendido la mecha de la injusticia.