La niñez que crece en el vientre de la Madre Selva
Escrito por: Zulma Rodríguez
El silencio ensordecedor que cobija los nacimientos de todas las especies en la imponente selva húmeda tropical, se ha convertido también en el guardián de los niños de la selva, a quienes el Amazonas cobija con especial ternura, desde su concepción, hasta que sus pies se enraízan como los imponentes “renacos” y al igual que ellos, comienzan a andar los pasos de sus ancestros.
No deja de sorprender, la majestuosa vista de la selva Amazónica, que se descubre imponente desde el gran pájaro alado, que hasta hace seis décadas, comenzó a ser parte de este hábitat que irrumpe diariamente, si ella se lo permite, los húmedos cielos de su capital, Leticia.
Como niños curiosos, los pasajeros se agolpan en las ventanas de la gélida ave, queriendo descubrir la gran serpiente boa, cuyo origen se remonta a la mitología Tikuna, cuando Yoi e Ipi logaron derrumbar el árbol wone que dio origen al río Amazonas, el gran creador de los pueblos que la habitan a lo largo de sus riberas, y que se impone en medio del verde tupido de la selva.
Verla por primera vez, es como abrir un libro de ciencias de la infancia y comprobar que las fotos de baja calidad que nos mostraban un mundo mítico e imposible de penetrar existe y que está vivo, conteniendo una diversidad visible e invisible, que a muy pocos visitantes se les revela plenamente.
La sensación de la humedad en la piel, que nos envuelve con minúsculas gotas de rocío y la tibia sensación del ambiente, parece recrear el regreso al vientre de una madre que acuna a los visitantes y nos prepara para un nuevo nacimiento, y que para algunos de nosotros significa, desaprender lo aprendido.
Comenzamos a alimentarnos de vida a través del flujo de agua llamado Rio Amazonas, que como un cordón umbilical, bombea la esencia de la vida, no solo a los habitantes de los países que riega con sus aguas, sino a toda la biosfera que subsiste gracias a este imponente caudal de agua viva. El sonido del motor que galopa tratando de acortar distancias, se confunde con el ruido de los cascabeles que retumban en la selva y que anuncian la llegada de los visitantes al territorio ancestral.
Con majestuosidad, en medio de la tupida selva, comienzan a aparecer un sin número de sonrisas, que enmarcadas con un ritmo hipnotizante, se apropian del temor de los que galopan la barcaza y los invita a dejarse llevar por la melodía de los “cascabeles”, el “rasca rasca” y la “taricaya” que los pequeños indígenas tocan con la habilidad de los más versados músicos de conservatorio.
Los juegos y la música, tienen el mismo efecto que el “país de nunca jamás” en nosotros, pues en un segundo, comienzan a salir nuestros niños ocultos, que bajo la corazas que hemos armado con los golpes de la vida, se encuentran aprisionados en un sueño eterno.
Los niños y niñas se cuentan por docenas y aparecen revoloteando como las mariposas que se posan a la rivera del Amazonas y que envuelven con su frenético aleteo, a los que son capaces de detenerse a contemplar la sutileza de la selva. Las risas y la curiosidad de los pequeños, dejan ver la esperanza que pintan con hilos negros de “uito” en su cuerpo y con los que cuentan las historias de sus familias, sus clanes y sobre todo las propias.
Un proyecto auspiciado por Kindermissionswerk, se ha encargado de apoyar 5 comunidades indígenas y a más de mil niños, jóvenes y adolescentes con proyectos que permiten afianzar su identidad indígena a través de bailes, deportes y reforestación y que además, protege la luz de la vida de esos pequeños para que brille con fuerza, ilumine e impregne de futuro sus comunidades.
Gracias a este apoyo, las lúgubres caminatas que antes se hacían por las angostas calles de las comunidades indígenas, fueron reemplazadas por cantos, bailes, risas, juegos, comparsas y el desfile de un sin número de productos agrícolas autóctonos que se producen en las chagras y que han sido sembrados por los niños junto a sus gestores comunitarios.
Ver el desarrollo de cada una de las actividades, es hacer una inmersión profunda en la memoria colectiva de las comunidades Tikuna, Uitoto, Yagua y Cocama, a través de las historias que se cuentan en sus bailes, sus trajes típicos, a través de la pintura de sus cuerpos y las ceremonias tradicionales que aún se mantienen junto al latido de la selva que los protege.
Estos niños se han especializado, junto con los gestores deportivos, gestores culturales y gestores agrícolas, en hacer arqueología de la memoria ancestral y traer al presente instrumentos musicales, bailes tradicionales y juegos como la cerbatana, el baile del pez y la botara que permiten mantener vivas y actuales las tradiciones que los revisten de identidad indígena.
Para los visitantes que descienden por primera vez en una comunidad indígena y para aquellos que vuelven a recorrer la selva, es muy alentador ver cómo las caras de estos niños indígenas reflejan la llama de vida que sigue encendida en sus corazones y que les ha otorgado una esperanza de vida y de ilusión, pues todas las tardes y luego de cumplir con las labores propias de su niñez, corren descalzos para encontrarse con “el profe” y comenzar a organizar las actividades o competencias que se tienen programadas en el día.
Con habilidad, los jóvenes bailarines confeccionan sus trajes con la palma de chambira y con la corteza de yanchama la cual llenan de color, con tintes extraídos de flores y frutos naturales y a ritmo de tambores, dan vida a las danzas que cuentan rituales propios de cada una de sus culturas.
Los pequeños que se dedican a reforestar, alistan las plántulas de acapú, oreja de burro, andiroba, capirona, açaí, copoazú y mango entre muchas más que llevan en sus canastos y se enfilan hacia las chagras para ir sumando a los 45.000 árboles que ya han sido sembrados, por ellos, en estos 3 años.
Los silbatos de los gestores deportivos, se meten en los oídos de la comunidad anunciando que las justas deportivas darán inicio y que todos están invitados a unirse a los juegos, que no solo divierten a los más pequeños, sino que sorprenden a los visitantes quienes sin temor o duda se unen para experimentar por primera vez la fuerza que se requiere para soplar una flecha a través de una cerbatana o enfilar puntería con una cauchera.
Así se pasan los días, dentro de un río de vida, impregnado por la fuerza de la juventud que busca seguir esperanzada y portando con orgullo el báculo indígena, que les permita guiar a sus comunidades en medio de la feroz occidentalización que impone un nuevo modelo de habitar el territorio.
Nos despedimos de días llenos de rituales, comida tradicional, cocina, danzas, juegos , siembra, pero sobre todo, del descubrimiento de una selva viva, fuerte y poderosa, que se mantiene gracias al ímpetu de sus comunidades indígenas y se conserva con el cuidado amoroso que ellas mismas brindan a la madre que los creo y que les provee de todo lo necesario para seguir con vida a través del tiempo.
Mientras el rápido se aleja de la comunidad, devolviendo a la realidad a sus visitantes, en la memoria quedan los rostros de Martílio, Vicente, Luz Dary, Hernán, Octavio, Pacho, Nilson, Belbert y el abuelo Camilo quienes nos acompañaron física y espiritualmente en este viaje de conocimiento y que se quedan con la esperanza de que proyectos como el de Kindermissionswerk sigan multiplicándose por las comunidades indígenas a los largo y ancho de esta selva llamada Amazonas.
Ustedes, mujeres de la tierra, son ejemplo de resiliencia y fortaleza. En lugares como el Amazonas, producen casi todo lo que necesitan, demostrando que la autosuficiencia es posible cuando se trabaja en armonía con la naturaleza. Sus cocinas, llenas de sabores ancestrales, han inspirado a chefs de todo el mundo, pero lo que realmente alimentan es el espíritu de quienes entienden que la verdadera riqueza está en lo simple, en lo orgánico, en lo natural, en lo saludable, en lo que no destruye.
Han sido violentadas, invisibilizadas, pero nunca han sido derrotadas. Y en esta lucha, no están solas. Las alianzas que han forjado con otros sectores – desde ONG hasta empresas privadas y entidades gubernamentales – son prueba de su capacidad para negociar, para exigir y para construir. Y aunque el camino sigue siendo difícil, continúan caminando con la cabeza en alto, como veedoras de su propio destino, como constructoras de un futuro donde el desarrollo no sea sinónimo de destrucción.
En estas líneas, recogidas al caminar juntas, queremos expresar nuestra profunda gratitud y admiración. Porque de ustedes hemos aprendido que proteger la naturaleza es proteger la vida misma, que detener el cambio climático es una tarea que necesita de todas nuestras manos, nuestras voces y nuestros corazones. Con todo nuestro respeto y admiración, enviamos un saludo lleno de fuerza y resistencia a las Mujeres Indígenas que, con su coraje, nos guían hacia la conservación ambiental y el desarrollo sostenible.