El Desierto reverdese: Resiliencia y Agricultura Wayuu en La Guajira

Escrito por: Ruth Chaparro

En el vasto y árido desierto de La Guajira, la tierra dejó de hablar. Por años, los Wayuu, guardianes de estos paisajes agrestes, abandonaron sus huertas. Los vientos que antes traían consigo el aroma de la cosecha comenzaron a susurrar el silencio de la sequía. Las semillas, aquellas joyas heredadas de generación en generación, se perdieron en el olvido, y con ellas, una parte esencial de la vida se hizo más dura, más esquiva. La comida se volvió un lujo, tan escasa como las gotas de agua que alguna vez fueron bendición y ahora eran recuerdo.

Los ciclos del agua, alterados por la mano invisible del cambio climático, trajeron consigo años de sequía implacable. Las lluvias, que alguna vez marcaban el ritmo de la vida, cesaron, poniendo a prueba no solo la resistencia de los ecosistemas desérticos, sino también la fortaleza del pueblo Wayuu, la comunidad indígena más numerosa de Colombia. A pesar de su historia milenaria de resistencia y adaptación, el desierto y sus habitantes se enfrentaron a una adversidad sin precedentes.

Pero esta crisis no solo fue climática. En el fondo, latía una crisis social, cultural y ética que aún no termina de pasar. La situación desnudó el estado de cosas inconstitucionales (sentencia t302 de 2017), revelando la incapacidad del Estado colombiano para garantizar los derechos fundamentales de los niños Wayuu y sus comunidades. En medio de este panorama desolador, parecía que todo estaba perdido.

Sin embargo, en los corazones de las tejedoras, los pastores de rebaños de chivos y los pescadores, una semilla de esperanza seguía viva. Y fue en ese suelo reseco, en ese desierto desafiante, donde la agricultura familiar volvió a florecer como un acto de resistencia y amor por la vida. Poco a poco, el desierto se vistió de verde. El frijol, la ahuyama, la patilla, el melón, el millo, el maracuyá, el mashishi, el marañón y el trupillo comenzaron a brotar de la tierra como un milagro de fertilidad y abundancia.

En la zona de Santa Rosa, en el municipio de Manaure, 20 familias decidieron retomar lo que les pertenecía. Cercaron sus huertas, limpiaron la tierra, sembraron con manos cuidadosas y, sobre todo, con fe en la naturaleza. Y la tierra, al verse cuidada y atendida, respondió con generosidad. Frutos frescos, sanos, orgánicos y nutritivos emergieron como un regalo, como una promesa cumplida, al alcance de quienes con esmero los habían sembrado.

Este renacer agrícola no es solo una vuelta a las raíces. Es el camino hacia la autonomía, la dignidad y la sostenibilidad. Es un recordatorio de que la tierra, cuando es tratada con respeto y cuidado, devuelve la vida en abundancia. En un mundo donde los mercados son volubles y los subsidios externos a menudo inciertos, la agricultura familiar se erige como una ruta segura hacia la libertad. Cultivar la tierra es sembrar futuro, es asegurar que, pase lo que pase, siempre habrá alimento en la mesa, agua en el cántaro y esperanza en el corazón.

Para FUCAI, es un honor acompañar técnicamente este renacer del desierto, donde la vida vuelve a florecer. Con el invaluable apoyo de Manos Unidas, hemos sido testigos de cómo las comunidades Wayuu recuperan su dignidad y autonomía a través de la agricultura, transformando el árido paisaje en un símbolo de esperanza y sostenibilidad.

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