Andando y Aprendiendo: Un Viaje por los Caminos del Turismo Comunitario en Ecuador

Por: Ruth Consuelo Chaparro

Directora Ejecutiva Fucai

Crónica de un viaje tejido con hilos de saber

Salimos del corazón del trapecio amazónico con el canasto abierto, el alma despierta y los pies dispuestos a cruzar fronteras no sólo geográficas, sino también del entendimiento. Éramos seis en la delegación: el secretario general, la vicepresidenta, el Curaca de Santa Sofía de ACITAM, el Coordinador General de la Guardia Indígena de ATICOYA y dos representantes de la Fundación Caminos de Identidad – FUCAI: su directora y el coordinador de proyectos en el Amazonas. Íbamos como quienes se lanzan al río con sed de sabiduría, sabiendo que la corriente traería más que respuestas: traería visiones.

Nuestro destino era Ecuador, tierra de volcanes, vientos y pueblos que, como los nuestros, resisten y sueñan. Fuimos a aprender de una experiencia larga y profunda: la de Maquita Turismo Responsable, con más de veinte años entretejiendo saberes y caminos en las cuatro regiones del país. Caminamos de la mano de los que saben, de los que llevan pasos por delante, y lo hicieron con la generosidad de quien siembra sabiendo que la cosecha será compartida.

Desde el primer día, hubo un hilo conductor que nos acompañó en silencio, pero con presencia viva: el agua. Las aguas que alimentan el gran río Amazonas nos custodiaron en cada tramo del viaje. El río Napo, imponente, nos sorprendió con su fuerza incesante, su cauce ancho, su aliento húmedo. Inspira respeto, incluso miedo. Las carreteras, como serpientes obedientes, seguían su curso, y los puentes lo atravesaban como si pidieran permiso. Cascadas brotaban con dignidad de las entrañas mismas de las montañas, recordándonos su origen mítico: agua que no sólo corre, habla, enseña, sana. Agua sagrada, como la saliva del padre creador.

El primer día, tras aterrizar en Quito, viajamos unas cuatro horas hasta Shandia, comunidad Kichwa que nos recibió con hospitalidad silenciosa y firme. Conocimos el proyecto Shandia Amazon Lodge, y descansamos bajo un cielo amazónico cubierto de estrellas que parecían contarnos historias.

El segundo día nos llevó a Tumanangu, donde exploramos caminatas diurnas y nocturnas que nos enseñaron a ver en lo invisible. En Amupakin, las mujeres sabias nos hablaron con plantas en la mano y cantos en el alma. Por la tarde, regresamos a Shandia, hicimos chocolate artesanal, compartimos un conversatorio con los líderes y confirmamos algo esencial: el 85% de las experiencias que conocimos están lideradas por mujeres indígenas, de identidad clara y andar firme, tejedoras de su propio destino, portadoras de memorias y sueños, forjadas en el cruce de obstáculos familiares, sociales y estatales.

El tercer día visitamos Kamak Maki, centro de interpretación y museo de la memoria viva, y luego Sinchi Warmi, ejemplo de gestión liderada por mujeres. Cada palabra era una raíz, cada logro una flor, al terminar la tarde cuando el día se despide y la noche comienza caminamos por la Ruta de las Cascadas. Ingresamos al Pailón del Diablo, el agua se lanza con tal fuerza que parece furia y plegaria a la vez. Allí, el río se junta con la cascada, y el espíritu de la montaña se vuelve tangible. Bajamos, bajamos, uno detrás de otro, el sonido de la cascada era cada vez más fuerte, las luces de colores iluminaban a la fuerza de la casada. ¡El grito de la guardia se confundió con la fuerza de la cascada con un Gracias Dios! Y Gracias FUCAI! Por esta oportunidad. Después Continuamos hasta Baños de Agua Santa, pueblo de volcanes y aguas termales.

El cuarto día fuimos a la comunidad Kichwa de Salasaca, donde la tradición textil y la agricultura se unen al turismo responsable. Finalmente, alcanzamos Quilotoa, donde el aire se hace denso y el frío nos abraza los huesos. La laguna, con su intenso color verde, nos dejó sin palabras. La cabeza palpita, el corazón acelera el latido con tanta fuerza que parece oírse desde fuera. Sentimos la necesidad de pedir permiso al territorio, caminar lento, rodear la laguna sagrada con respeto. Allí comprendimos que la tierra es un ser vivo que nos habla con volcanes, con neblina, con silencio.

El quinto día conocimos el centro de turismo comunitario de Quilotoa, su restaurante, su hostal y su historia, y conversamos con sus dirigentes. Más tarde volvimos a Quito, al Centro de Formación Leonidas Proaño, donde la memoria de los que lucharon sigue viva en cada rincón.

El sexto día, ya al final del viaje, visitamos las oficinas de Maquita. Nos recibieron Daniel y Darío, este último convertido ya en nuestro ángel guardián. Darío no solo nos guiaba, nos narraba. Cada piedra, cada comunidad, cada plato servido venía con su historia, su porqué. Nos inspiró confianza, nos dio certeza, como si el camino estuviera ya trazado por los sabios que lo recorrieron antes.

Y fue allí, en el centro de Maquita, donde conocimos al padre Graciano, uno de los fundadores. Caminaba con la lentitud de quien ha recorrido mucho, con la mirada de quien ha visto más. Nos habló de la solidaridad, de la igualdad y de la justicia, y terminó con su conjuro contra la derrota: “Prohibidísimo desanimarse.”

Lo rodeamos con respeto. Y como guardianes de la vida y la tierra, lo honramos con el grito de la Guardia Indígena de Colombia, que retumbó como trueno ceremonial en la montaña.

Cada noche de ese viaje cerraba con reflexión. El Curaca hablaba del viaje como una danza nueva que aporta ideas a su comunidad. La vicepresidenta describiendo los retos internos en su comunidad y organización y la necesidad de partir de lo que hay y mejorarlo como la preparación del chocolate, entre otros. El secretario general formulaba preguntas, dudas, posibilidades que abrían puertas invisibles. El Coordinador de la Guardia tejía memorias con su celular. Y desde FUCAI, reafirmábamos nuestro compromiso de continuar abriendo y acompañando caminos de identidad con procesos de alta calidad técnica, con sentido comunitario que busque la protección de la naturaleza y el buen vivir de los pueblos.

Regresamos con el canasto lleno. No de cosas, sino de posibilidades. De ideas que fermentan como la chicha. De nombres, rostros, enseñanzas. Y con la certeza de que lo aprendido en Ecuador no se queda allá. Se trae, se siembra y se cuida, como semilla de yoco o de guayusa.

Porque en este viaje, lo entendimos del todo: el turismo comunitario no es una alternativa, es un camino propio. Y como nos dijo el padre Graciano, con la sabiduría de quien ha vivido para los otros: “Prohibidísimo desanimarse.”

Retos para el Éxito del Turismo Comunitario

El turismo comunitario, más que una actividad económica, es una apuesta ética, cultural y organizativa que requiere condiciones fundamentales para asegurar su sostenibilidad y su coherencia con los principios del Buen Vivir. En el recorrido por experiencias de Ecuador, identificamos once retos clave para su fortalecimiento:

  1. Comunidades organizadas:
    La base del turismo comunitario es la organización social. Sin estructuras comunitarias claras, legítimas y participativas, es difícil sostener procesos colectivos de calidad y largo plazo.

  2. Formación y sensibilización comunitaria:
    Es esencial capacitar a las comunidades en temas administrativos, turísticos, culturales y ambientales, para articular iniciativas, emprendimientos, productos y servicios que generen beneficios familiares y comunitarios de manera integrada.

  3. Diseñar sistemas administrativos éticos y transparentes:
    La administración del turismo comunitario debe sustentarse en principios de
    calidad, transparencia, equidad y sostenibilidad, garantizando que los recursos generados se reinviertan en el bienestar común y el fortalecimiento de la comunidad.

  4. Establecer reglamentos internos comunitarios:
    Es vital definir normas claras que regulen la participación, eviten divisiones internas y prevengan efectos negativos del turismo en la vida comunitaria, el tejido social y la espiritualidad del territorio.

  5. Cuidar y proteger la cultura, la identidad y el ambiente:
    El turismo no puede convertirse en un mecanismo que degrade o desdibuje lo que somos. La cultura no se vende, se comparte. La identidad no se adorna, se vive. El ambiente no se explota, se honra.

  6. Educar a través del turismo:
    El turismo comunitario es también una herramienta educativa para sensibilizar a los visitantes sobre el
    cuidado del medio ambiente, la riqueza de la diversidad cultural y la posibilidad de habitar el planeta sin depredarlo.

  7. Fortalecer la organización y la identidad cultural:
    Más allá del ingreso económico, el turismo debe contribuir a reforzar las formas propias de organización, la autoestima colectiva y el sentido de pertenencia cultural.

  8. Reconocer el rol protagónico de las mujeres:
    Las mujeres son
    pilares del turismo comunitario, lideran, sostienen, innovan. Su participación debe ser fortalecida no solo desde el reconocimiento, sino desde la redistribución del poder, los recursos y las oportunidades.

  9. Entender el turismo como ingreso complementario:
    El turismo comunitario no debe desplazar la economía tradicional ni generar dependencia. Es una fuente de ingreso
    adicional, que debe articularse con las actividades propias como la agricultura, la pesca, la artesanía o el pastoreo.

  10. Definir estrategias de mercadeo y operación en red:
    Para evitar la dispersión de esfuerzos, es fundamental que las iniciativas no funcionen de forma aislada, sino como
    redes comunitarias de productos y servicios articulados, con identidad territorial y vocación colectiva.

  11. Proteger el sentido del camino:
    Todo lo anterior debe hacerse sin perder de vista que el turismo comunitario no es una moda ni un negocio cualquiera, sino una
    ruta de dignidad, encuentro y defensa de la vida.

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