LOS PASOS DE RUTH CHAPARRO, EMBAJADORA DEL PREMIO MUJER CAFAM EN COLOMBIA

Escrito por: Zulma Rodríguez

zulma.rodriguez@fucaicolombia.org


Como un arcoíris que tímidamente aparece cuando la lluvia moja con pena la tierra, frente al sol que se niega a extinguirse, así comienza a llenarse de colores el escenario que le da albergue a un puñado de mujeres que traen tejidos, en sus vistosos vestidos, la historia de un país que se cuenta a través de sus luchas, sus ideales, su tenacidad y donde hoy van a ser reconocidas como líderes de sus comunidades y territorios.

El mismo país que, a través de las notas del himno nacional, nos recuerda en imágenes la inmensidad de esta patria que habitamos y la diversidad de seres que lo conforman, ese mismo país, también registra con dolor las historias de cientos de mujeres que son obligadas a cerrar sus ojos a la fuerza, para que nadie pueda recordar su rostro y aplaudir sus logros. Por eso, resulta tan conmovedor ver a través de los ojos de estas 29 finalistas del premio Mujer Cafam 2024, los territorios de esperanza que siembran con argumentos visibles y que comparten con generosidad, para garantizar el futuro de aquellas que vienen detrás y que sostienen las capas invisibles de estas super heroínas, que sin pretensiones, se han convertido en su futuro ideal.

Basta con oírlas contar, cantar y bailar sus historias para entender que, más allá del sueño que tenían de niñas de ser abogadas, ser doctoras, ser esposas, ser mamás, ser pianistas, ser administradoras, ser periodistas, lo verdaderamente importante para ellas es el saber hacer y hacerlo con amor; sin restricciones, sin limitaciones, muchas veces con temor, pero con la firme convicción de que no hay límites para aquellas que piensan con grandeza y que son capaces de recorrer los ríos, las selvas, los caños, las trochas y las chagras hasta que el pelo comience a pintarse de canas y su propia historia de transformación esté acompañada de las historias de aquellas comunidades que han ayudado a transformar.

Detrás de los flashes de las cámaras y del reconocimiento que hace el premio Mujer Cafam, desde hace ya 35 años, hay historias también de madres que, con orgullo, se sonrojan cuando sus hijos gritan que las aman, mientras las ven recibir en el escenario alguno de los reconocimientos que hoy se entregan y que, de manera colateral, también son entregados a sus familias, quienes han soportado noches de lejanía y han acompañado, sostenido, alentado, rescatado y sufrido los pasos de estas luchadoras, que decidieron también parir el sueño de construir patria, a través de la generación de oportunidades.

Son también mujeres que no buscan ni necesitan el reconocimiento, como lo dicen las palabras contenidas en el discurso del director del premio Mujer Cafam, Luis Gonzalo Giraldo, pero quienes, a través de sus acciones, son merecedoras del reconocimiento de un país que necesita ver el cambio contenido en las pequeñas acciones, pero que logran impactos significativos, como el de las familias que ven brotar de la tierra su sustento y así logran garantizar el cuidado de sus hijos; o como el de las comunidades indígenas que mantienen su dignidad; o como el de los territorios que son recuperados, vigilados, resguardados y protegidos por los guardianes ancestrales; o como la lucha de sociedades que obtienen de su enemigo la fuerza necesaria para mantenerse unidos.

Son 35 años de mujeres históricas, como María Encarnación Seuroke, la primera mujer indígena en ganar el premio Mujer Cafam, una líder Uitota que lucha incansablemente por la conservación de la cultura y por mejorar la vida en el Amazonas; o la historia de Ruth Consuelo Chaparro, directora de la Fundación Caminos de Identidad FUCAI, quien hace 13 años ganó este reconocimiento por su labor educativa y por acompañar procesos en defensa de una Colombia pluriétnica.

Escuchar hablar a Ruth es como recibir una maestría en historia de los pueblos indígenas colombianos y, de manera paralela, un doctorado en historia y conflicto en Colombia. Sus relatos a veces tienen la inocencia y dulzura contenida en los cuentos para dormir, pero otras veces, son tan desgarradores, que no sobra preguntarle como pudo continuar su camino y no dedicarse a otros oficios menos dolorosos. 

Tal vez la respuesta está en el compromiso  que le otorgan las comunidades indígenas al considerarla parte de  su territorio y que le impone el deber  de hacer las cosas bien hechas,   con calma, con mesura, escuchando profundamente a las comunidades, mirándolas a los ojos, construyendo las propuestas con ellos, viviendo sus luchas, durmiendo sus sueños, comiendo sus platos tradicionales, sembrado sus casas y viendo crecer los niños que se convierten en los etnoeducadores de las nuevas generaciones. 

Hace 13 años, sostuvo en sus manos el reconocimiento de ser una Mujer Cafam y hoy regresa recorriendo sus pasos, para recibir el homenaje que le hacen,  a su trayectoria educativa, a su  trabajo comunitario, a la organización que hoy dirige y que ha conseguido impactar la vida de 3.628 familias, 18.140 personas, 237 comunidades y más de 600 líderes y autoridades en 27 departamentos y con 47 etnias indígenas durante los 34 años de trabajo ininterrumpido. 

El compromiso al  acumular tanta experiencia y convertirse en una representante de las mujeres de Colombia, conlleva  una responsabilidad que ella misma expresa con firmeza:  “Un honor  representar a miles de colombianas que se levantan todos los días para hacerle frente a la adversidad, para sembrar esperanzas, a defender a sus hijos y a sus maridos y a construir un mejor país. Para  mí el premio mujer Cafam es un espacio para que las mujeres sean reconocidas y escuchadas, en un país donde muchas son excluidas. 

Este placa de homenaje que hoy recibe, trae además el deber implícito de  seguir trabajando en Colombia, para que los excluidos sean reconocidos y lograr que el centro sea la periferia, como se lee en el slogan de la fundación FUCAI: “Renovar el compromiso de seguir trabajando por un país más incluyente , más equitativo, mucho más diverso, respetuoso de la gente y del medio  ambiente, tratando de ser humildes y de permanecer con fuerza hasta el final , porque no es hora de quejarse, es hora de recuperarse y de permanecer.” 

Las luces se apagan y el escenario comienza a quedar vacío y aún resuenan los acordes del show musical que amenizaba la premiación y que muy pertinentemente les recordaba a las ganadoras del premio que “hoy era un día de fiesta y era un día para celebrar” , sin embargo, entre sus sonrisas, aparecían ocultas las preocupaciones futuras de seguir trabajando por construir este país para que todas las mujeres: las ocultas, las visibles y las invisibles, tengan no solo un día para celebrar que siguen con vida, sino que sean 365 días para conmemorar las pequeñas y grandes luchas que ganan diariamente y sean merecedoras del reconocimiento de ellas mismas, por seguir construyendo su mejor versión y vivir su presente de la mejor manera posible, pero sobre todo, vivas y felices.   

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