Peajes o alcabalas en el territorio ancestral wayuu




Escrito por: Cesar Arismendi

cesar.arismendi@fucaicolombia.org

Verificación de cumplimiento sentencia T-302 del 2017.


La crisis humanitaria en el departamento de La Guajira además de visibilizarse a través de la altas cifras de niños menores de 5 años por causas asociadas a la desnutrición y el establecimiento de un estado de cosas inconstitucional, también se puede percibir con fuerza a través de las actividades que desarrollan los deshidratados niños, niñas y ancianos wayuu en medio de las trochas que conducen a la Alta Guajira y a los sitios turísticos, puntos geográficos que se han generalizado con el nombre de “peajes” humanos, cuya función es limitar o permitir el paso de vehículos en los territorios ancestrales a cambio de una contribución.

Esta actividad ha llamado la atención de la prensa nacional e internacional, quienes abordan el problema a partir de procesos simplificadores, homologándola con la realizada por un concesionario formal que bajo un contrato con el Estado, administra un tramo vial, pero sin tener la responsabilidad de su mantenimiento. A partir de allí se determinan como “peajes”.

En los medios de comunicaciones esta problemática ha sido asociada a las condiciones precarias y desiguales en que se desarrollan los wayuu, a la incidencia de las condiciones de pobreza extrema en municipios como Uribia. Igualmente, a la corrupción y al desgreño administrativo en que se encuentran las entidades territoriales.

Valerín Saurith López, nutricionista, explica que el consumo de azúcar en los niños y niñas que están en los peajes puede ser problemático porque acrecienta la diarrea y deshidrata a los menores que, lo más probable, es que no consuman la cantidad de líquidos requeridos al día.  “Además, genera caries, especialmente cuando no se tienen las condiciones para hacerse una buena higiene en los dientes, como le pasa a estos niños”. También asegura, que el hecho de que los turistas le den dulces a los niños pasa a un segundo plano, cuando hay entidades del Estado que también lo hace.

Lo cierto es que los “peajes” se hacen más números en la medida en que el número de turistas crece y los parques de generación de energía eólica avanzan a su fase de construcción.

Los «peajes» se establecen a partir del uso de cuerdas, cadenas y alambres que los wayuu atan en dos palos a cada lado de la vía para limitar el paso de vehículos y se objetiva a través del pago de una taso o contribución en dinero o en especie que puede ser agua, galletas, dulces, café, azúcar y panela, que son recibidos mayoritariamente por niños y otras veces por los ancianos.

La contribución que no es fija, es tasada generalmente por los viajeros y se realiza tanto de ida como de regreso. En una ruta o corredor vial puede haber muchos “peajes” lo que remite al contribuyente a disponer de un presupuesto específico y racionalizar sus pagos, con la mercancía que compran en la parte urbana de Uribia previo al viaje.

Hasta ahora, los análisis que se han realizado sobre estas actividades, se caracterizan por no explorar su relacionamiento con las fallas de Estado y de los mercados en los territorios ancestrales de los wayuu y por ello el concepto de adoptado como “peaje” resulta insuficiente para dimensionar las complejidades al interior de la problemática.

Las fallas de Estado se encuentran relacionadas con el uso de un instrumento que regula el tráfico y el transporte en estos lugares remotos, en donde no existe presencia de las instituciones del Estado e igualmente, al pago de una tasa o contribución por parte del que usa la vía.

Las fallas de mercado, están relacionadas con el pago mayoritariamente en especie, dando a entender que el dinero allí no es el equivalente universal de las mercancías, ya que más valioso que el dinero en esos lugares resultan ser las galletas y panelas que son recursos escasos ya que no existen tiendas para adquirirlos, lo cual remite a un escenario de escasez generalizada, que el mercado no logra abordar y solucionar.

Abordar este problema social a partir de las fallas de Estado y de los mercados, remite a indagar la dimensión fiscal y social del asunto y por ello su análisis se debe abordar desde la perspectiva de las alcabalas y no desde el concepto de “peaje”. En primer lugar, la alcabala se asimila como un impuesto local que España introdujo en sus colonias americanas y que por sus montos logró ser más importante que el diezmo.

El sujeto pasivo o quien paga la alcabala es el comerciante, el mercader o buhonero que se movía entre los poblados o que se instalaba en los cruces de caminos. Aunque proviene del árabe, se acogió en el español como la acción de recibir, cobrar o entregar. En la economía colonial las alcabalas se encuentran relacionadas con el impuesto del almojarifazco que entre los musulmanes pobladores de España se entendía como una tasa que se pagaba por el uso de puertos secos o aduanas interiores y gravaba las mercancías que pasaban por determinados pasos de entrada o salida de un territorio fueran marítimos o terrestres.

Una segunda dimensión de las alcabalas, está determinada a partir de su concepción como un punto de control militar y policial, en donde los agentes de la fuerza pública limitan la movilidad de los ciudadanos en el territorio, verifican la documentación y la legalidad de la movilización de bienes y servicios, En Venezuela y en Colombia han sido utilizadas en los corredores fronterizos y carreteras nacionales para cometer ilícitos y extorsión. En Colombia, se masificaron en zonas controladas por el paramilitarismo, con el objeto de establecer regulaciones a la entrada y salida de personas.

Desde esta perspectiva, el desarrollo de las actividades de los niños al recibir contribuciones por parte de los ocupantes de un vehículo, tiene diferentes miradas: la del control del acceso a los territorios ancestrales y la que tiene que ver con el ejercicio del Estado a partir de la dimensión fiscal de dicha actividad.



Anterior
Anterior

El reto las comunidades wayuu para las elecciones territoriales de octubre

Siguiente
Siguiente

Sueño Wayuu, una Guajira sin sed